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QUE VEA EL SOL

20 Enero

20 Enero

Tan solo quedan 16 dias para el dia que todos esperamos con muchas ganas durante todos los años.

La peña QUE VEA EL SOL les desea que pasen un buen dia y que ojala otro año mas termine todo sin ningun problema.

¡VIVA SAN SEBASTIAN!

¡SAN SEBASTIAN TE AMO!

Historia de San Anton

Historia de San Anton

El nombre de Anton(Antonio) puede significar: "Fluorenciente" (de "Antos", flor) o "Invencible" (de "Anteos", el que se enfrenta victorioso a los enemigos). La vida de este santo la escribio San Atanasio, su gran amigo.
San Antonio Abad murio el 17 de enero del año 356. Habia nacido en Egipto en el 241.
Se le llama "Abad" que significa "padre", porque él fue el padre o fundador de los monasterios de monjes.

De pequeño no le enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar cristianamente.
A los veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar a una iglesia oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, y dalo a los pobres". Se fue entonces y vendió las 300 fanegadas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en herencia, y repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliarios. Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana.


Pero luego oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os preocupéis por el día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban, y asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana, repartió todo lo demás entre la gente más pobre, y él se quedó en absoluta pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí, y de ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era tal que lo que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir mucho para el futuro, cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará maravillosamente lo leído anteriormente.


Recordando la frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma" aprendió a tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le quedaba para ayudar a los pobres.
Su fervor era tan grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño muy santo, y se iba hacia donde él a escucharle sus consejos y tratar de aprender cómo se llega a la santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño admirablemente santo.
Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones. Le presentaba en la mente todo el gran bien que él podría haber hecho si en vez de repartir sus riquezas a los pobres las hubiera conservado para extender la religión. Y le mostraba lo antipática y fea que sería su futura vida de monje ermitaño. Trataba de que se sintiera descontento de la vocación a la cual Dios lo había llamado. Como no lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo las más desesperantes tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la imaginación toda clase de imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase de Jesús: "Vigilad y orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos espíritus no se alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus sentidos: ojos, oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo sedujeran. Y luego empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente.


Pasaba muchas horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada jamás antes de que se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de dátiles, un poco de sal, y agua de una cisterna.
Un día el demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan violento que el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya cadáver se lo llevó a enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los funerales, él recobró el sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le dijo a Nuestro Señor: ¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo me atacaba tan duramente? Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba presenciando tus combates y concediéndote fuerzas para resistir. Yo te protegeré siempre y en todas partes".


A los 35 años de edad siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la soledad absoluta. Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la ciudad y cerca de otros ascetas. La palabra "asceta" significa "el que lucha por dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a los cristianos fervorosos que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la meditación a conseguir la santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya varios años Antonio y había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo. Ahora se sentía capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.
Se fue lejos al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí se quedó a vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían a espantar en los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento y mentiras, se quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino a espantarlo. Aquel terreno estaba infestado de serpientes venenosas. Les dio una bendición y ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez en cuando a traerle un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio de no ver a nadie, y hasta el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima del muro. Muchas gentes venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.


Pero la fama de que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al fin los peregrinos no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí estaba Antonio que desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no comía carne, y sólo se alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada día. Pero en su rostro no se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino que aparecía amable y lleno de alegría.


A los 55 años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les ayudara a vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de chozas individuales, donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de estas chozas vivía un ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer sacrificios. Constantemente se oían cantar por allí las alabanzas de Dios.
Antonio los fue formando en la santidad con sus sabios consejos. San Atanasio narra que les aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados por el cuerpo sino por la salvación del alma. Cada mañana pensar que éste puede ser el último día de nuestra vida, y vivir tan santamente como si en verdad lo fuera. Ejecutar cada acción como si fuera la última de la vida. Recordar que los enemigos del alma son vencidos con la oración, la mortificación, la humildad y las buenas obras y se alejan cuando hacemos bien la señal de la cruz. Les contaba que muchas veces había hecho salir huyendo al demonio con sólo pronunciar con toda fe el santo nombre de Jesús. Les decía que para combatir la impureza hay que pensar frecuentemente en lo que nos espera al final de la vida: Muerte, Juicio, Infierno o Gloria. Les insistía que se esforzaran por llegar a ser mansos y amables; que no buscaran ser alabados o muy estimados; que lo que obtuvieran con el trabajo de sus manos (se dedicaban a tejer esteras y canastos) lo dedicaran a los pobres y que su preocupación fuera siempre ir apreciando y amando cada día más a Jesucristo. Así con San Antonio nació en la Iglesia la primera comunidad de religiosos.


Cuando estalló la persecución contra los cristianos, el santo se fue con algunos de sus monjes a la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para que prefirieran perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar de Cristo y de su santa religión. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va el santo", exclamaban hasta los paganos al verlo pasar.
Luego se fue a vivir más lejos todavía y duró 18 años sin ver a nadie, sólo meditando, haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribles calores del desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez, ni cambiarse de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes. No bebía ni una gota de agua antes de que se ocultara el sol.
Pero apareció luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios. La propagaba un tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se llenaba de serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que niegan que Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus monasterios a todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se fue otra vez a Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que atacaba a los arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar que Cristo sí es Dios.


Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no entristeciera por ser ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a Dios en su alma.
Los últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a pedirle consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los aconsejaran y luego reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía algún pequeño sermón.


Murió de más de cien años pero conservaba buena la vista y el cerebro. Y aparecía siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba un peregrino y preguntaba por él, le decían: "Busque entre los monjes, y el más alegre de todos, ese es Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo había visto antes en su vida, pasaba por entre los monjes y al ver a uno más amable y risueño y alegre que los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le respondían que sí era él.
Antes de morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba enterrado, para que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle cultos desproporcionados.


Los antiguos le tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes que atacan a los animales. Por eso lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo. Había también la costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos cada año un cerdo y el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo repartían entre los pobres.

Historia de San Sebastian

Historia de San Sebastian

Sebastián fue uno de los muchos soldados romanos cristianos que por su fe a Jesucristo fueron martirizados. Desgraciadamente, sólo podemos conocer la historia de San Sebastián a través de las actas de su martirio que fueron escritas un par de siglos más tarde. En casi todas las actas de los martirios de santos y santas, a menudo el escritor pone "mucho más pan que condimento"; es decir, aunque en lo esencial el mensaje es correcto, se añaden en los textos, toda una serie de detalles que intentan embellecer la vida de un santo y que a menudo no son probablemente comprobables.
 
Un soldado de dos ejércitos

Nuestro patrón nació en Narbona (Francia) a mediados-finales del siglo III, pero ya desde muy pequeño sus padres se trasladaron a Milán, por lo que que creció y se educó en esta ciudad romana. Su padre era militar y noble y él quiso seguir sus pasos en la carrera militar, llegando a ser capitán de la primera corte de la guardia pretoriana, un cargo que sólo se daba a personas ilustres. Su dedicación a esta carrera le valió los elogios de todos sus compañeros y principalmente del emperador Maximiano. Cabe recordar que el imperio romano era gobernado en Oriente por Diocleciano y en Occidente por Maximiano. Lo que ignoraba Maximiano era que Sebastián era un cristiano de todo corazón. Aunque cumplía con toda disciplina las tareas que le encomendaban, no tomaba parte en los sacrificios a los dioses ni en otros actos que fueran de idolatría. Siempre que podía, visitaba a los cristianos encarcelados, ayudaba a los más débiles, a los más necesitados... podríamos decir que era soldado de dos ejércitos: el de Roma y el de Cristo.

Sebastián y los arqueros

Maximiano emprendió desde su mandato una depuración de elementos cristianos en sus tropas expulsando a todos los soldados cristianos de su ejército. Cabe decir que el ejército romano era voluntario, sólo era obligatorio para los hijos de militares como es el caso de nuestro amigo Sebastián. Su forma de compaginar los dos ejércitos (el romano y el de Cristo) le duró unos cuantos años hasta que un soldado, celoso por la alta posición que desempeñaba Sebastián en la tropa, lo denunció. Maximiano se sintió traicionado por Sebastián después de la confianza que le había depositado. Rápidamente le llamó y le obligó a elegir entre seguir siendo cristiano o a continuar en el ejército. Ante tal situación, Sebastián le comunicó que no quería renunciar a sus creencias cristianas y el emperador adoptó la decisión de matarlo. Pero ... amigo fiñanero, la forma con que quiso matar Maximiano a Sebastián fue brutal, ya que eligió a un grupo de sus mejores arqueros, ¡¡¡ para que nuestro santo fuera muerto a base de flechazos!!! Dichos arqueros lo desnudaron, lo llevaron al estadio de Palatino, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de flechas. Cuando habían finalizado este sangriento acto se marcharon como si nada hubiera pasado.

Irene, una mujer providencial

La tradición de la vida de San Sebastián no finaliza aquí. Una cristiana de nombre Irene, que apreciaba los consejos cristianos de Sebastián, junto a otro grupo de amigos suyos que conocían el sitio en el que se encontraba el santo, se trasladaron a aquél lugar y con asombro pudieron comprobar que el cuerpo yacía aún vivo. Lo desataron y lo llevaron a casa de Irene que lo escondió en su propia casa y le curó las heridas. Pasado un tiempo, nuestro santo quedó restablecido y aunque sus amigos y amigas le recomendaron que se fuera de Roma, él quiso continuar su proceso de evangelización. En vez de esconderse tuvo la valentía de presentarse de nuevo a Maximiano quien quedó asombrado ya que lo creía muerto. Le rogó que dejara de perseguir a los cristianos, pero el emperador, como te puedes imaginar, no le hizo ni caso y llamó a unos soldados para que lo azotaran hasta que falleciera. Los soldados romanos, cogieron el cuerpo y lo echaron en unas de las cloacas más grandes de Roma. El cuerpo fue recuperado de noche nuevamente por los cristianos, con Irene al mando, que lo enterraron en un cementerio subterráneo de la Vía Apia. Más tarde, la Iglesia Romana construyó en la parte posterior de la catacumba, un templo en honor al santo, la Basílica de San Sebastián, que todavía hoy existe y que recibe gran veneración entre todos los romanos y todos los devotos de nuestro amigo. También existe otra capilla en el Palatino.

Protector contra la peste

San Sebastián fue por excelencia el santo más invocado para que protegiera a los pueblos de epidemias, especialmente de la peste. El culto a San Sebastián como protector contra la peste data de muy antiguo. En el año 680, la ciudad de Roma estaba infectada de esta epidemia y los ciudadanos construyeron un altar con la imagen del santo en la basílica de San Pedro. La gente fue a invocarle y, según se dice, la peste cesó de inmediato. Este hecho se divulgó rápidamente por todo el mundo y desde entonces fue invocado en todas partes. También recibieron la ayuda del santo ciudades tan importantes como Milán (1575) y Lisboa (1599). En España son innumerables las ermitas y capillas dedicadas en su honor y muchos templos parroquiales tienen una imagen o un altar de San Sebastián.

Patrón de Fiñana

Fue habitual que en los siglos XV al XVII, muchas poblaciones afectadas por la peste en España se ampararan a San Sebastián y realizaran un Voto (promesa) si el santo los liberaba de dicha epidemia. Es por este motivo que el día de San Sebastián (20 enero) se celebran en muchas localidades oficios religiosos para agradecer al santo su intercesión ante Dios.
Fiñana hizo este Voto y nombró a San Sebastián su patrón a finales del siglo XVI.